No hay error
Probablemente seas una de esas personas privilegiadas que contaron con una educación propositiva, constructivista, libre y basada en la autonomía. Si lo eres, las estadísticas dicen que perteneces a un exclusivo 5% de la población mundial. El 95% restante tuvimos una formación conductista, prohibitiva y basada en el miedo (a equivocarse). Este post se dirige a ambos tipos de personas: a las primeras, para que aprecien su buena fortuna; a las segundas, para que revisemos juntos nuestras ideas (tóxicas) sobre el error.
Empecemos con lo importante: no hay error. Es decir, en el contexto de la improvisación, la premisa más importante es esta: que no hay error.
En este momento, tu centro de control ya encendió las alarmas: “Pero cómo que no hay error, sí lo hay: si debes llegar a una hora y no alcanzas, es un error; si escribes burro con la “bé” equivocada, es un error; si tu ecuación no te da el mismo resultado que a la profe de matemáticas, hubo error”. A tu centro de control tenemos dos cosas por decirle: primera, que, vale, no se tiene que declarar en cortocircuito por nuestra afirmación del día: “No hay error”; segunda, que aceptar esa premisa como posible no tiene por qué poner en duda todo lo que día a día hace: asegurarse de llegar a tiempo, escribir dentro de los lineamientos de la ortografía, resolver ecuaciones, y un larguísimo etcétera.
Mejor dicho: piensa en tu centro (controlador) de mando y dile que puede confiar en que aceptar el error como una posibilidad no es tirar por la borda todo lo que has construido y que te ha traído hasta aquí.
Más bien la afirmación “No hay error” busca invitarnos a reconocer en los fallos, los lapsus, los equívocos y todas esas situaciones donde aparentemente nos equivocamos, oportunidades para proceder por otros caminos. Muy, pero muuuy en resumen, de eso va la improvisación: percibir toda la información que está disponible en un determinado contexto, para aceptar ese contexto e integrarse a él, de forma que podamos proponer ideas nuevas, inspiradoras y coquetas para llevarnos al siguiente nivel. En suma, Percibir, Aceptar y Proponer recogen los principios de la improvisación para la vida.
Y todos ellos parten de una actitud general en la cual se asume que no hay error.
Asumir la posibilidad del error no es desmentir que, en efecto, a veces nos equivocamos. Claro que sí: en la ecuación, la ortografía o el horario, no diste en el punto donde se esperaba que pudieras dar. Estamos claros en ello. El punto va más allá, es una pregunta, un tanto ingenua, un tanto sugestiva y bastante (pero bastante) efectiva: ¿Y qué pasa si te olvidas, aunque sea por un instante, de cuál era el plan inicial, cuál eral el punto al que se supone que debías llegar o el estándar que debías alcanzar?
En otras palabras: ¿qué tal si piensas que esa otra hora, esa otra forma de escribirlo o ese otro resultado de la ecuación te están mostrando otras posibilidades, otros caminos, otra información nueva?
Desde la música hasta la empresa, pasando por los equipos de trabajo y las invenciones, deshacerse de la idea de error ha sido sumamente transformador.
Y ahí dijimos algo clave: no es deshacerse de la situación efectiva, concreta, real que está desfasada de un resultado esperado. No. Se trata de algo más simple: deshacerse de la idea de error. Aceptar la idea de que ese nuevo resultado podría estarte mostrando caminos interesantes, alternativas enriquecedoras o nuevos modos de hacer/entender las cosas.
Ya sabemos lo que pasa: ante un evento no esperado, la primera parte de ti que reacciona llega con un mensaje claro: fallamos, fallaste, fallé. “Así no era”. “Lo hizo mal”.
Si hacemos un corto ejercicio de memoria, podríamos evocar todos los momentos y espacios en los que el error fue el centro de atención: en la mesa del comedor, donde un primito tomó los cubiertos de forma equivocada, en la escuela, donde una compañera hizo mal la suma en el tablero, en el grupo de amigos, donde nos rechazaron por no tener la camiseta original de la banda adolescente de turno.
Es como si nos preparasen constantemente para identificar lo que está mal en cada cosa que hacen los demás o nosotros mismos. Es muy probable, por ejemplo, que si recuerdas cómo te revisaron los trabajos en el colegio o la universidad, a tu memoria llega un color rojo con el cual la profe seleccionó con cuidado cada lugar en el que te equivocaste.
En una escala de 5.0 a 0.0 (donde 5.0 es la mayor calificación, y 0.0 la menor), profes de todo el mundo comienzan la revisión del trabajo de manera descendente. Antes de comenzar, el trabajo va en 5.0, pero cada que se encuentra un error se le resta a ese 5.0 algún valor: -0.7 por ortografía, -0.9 por fallas en las normas APA, -0.5 porque entregó tarde… La nota final es 5.0 (el ideal, el estándar al que debiste llegar) MENOS la suma de los errores.
Nos preparan para ser antenitas de errores propios y ajenos. Así que aprendemos a centrar nuestra atención en lo que no se acomoda al punto de referencia esperado.
Ante una situación así, podríamos extender la queja, y decir: “Bueno, sí, estos de El Morenito INC tienen algo de razón, vivimos fascinados encontrando errores en cada cosa, pero ya quedamos con ese formateo en el cerebro, ya no hay nada por hacer”. Y ahí es donde nosotros decimos: bueno, calma, ponle algo de imaginación. Si ya sabemos que somos así, ¿podemos transformarlo en algo diferente?
Nuestra respuesta es positiva. Si alguno de nuestros resultados no llegó al punto esperado (por nosotros, por la sociedad, por la profe, el jefe o quien quiera que sea) está en cada uno de nosotros decidir qué hacer: con qué actitud asumirlo.
De las muchas actitudes/respuestas posibles, podríamos mencionar tres. La actitud trágica (soy lope, yo sabía que iba a fallar, no sé qué pensaba cuando me animé a empezar esta cosa horrible…), la actitud épica (sí, ya lo sé, fallé, pero no he perdido una guerra, sino una batalla, dios le da sus mejores batallas a los mejores soldados, y les voy a mostrar a todos y a mí que sí soy capaz, me voy a recuperar, y pronto sabrán quién soy, porque no es la primera vez, y además…), y la actitud impro. La actitud impro es la actitud que se basa en la improvisación para la vida. Como desarrollar esa actitud basada en la improvisación no es fácil, baste decir que: se basa en aceptar que no hay error. Retoma tres principios básicos. Y tiene un decálogo. Es un decálogo (+1) fantástico, no te lo pierdas.
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