Procrastinar podría ser mejor si lo haces con improvisación
Un día decidiste ordenar tu tiempo. Hiciste una lista de cosas pendientes. Lograste resolver la mayoría del “todolist”. Pero siempre hay dos o tres cosas de la lista que se quedaron, tal vez para siempre, allí apuntadas. Ahí está: es la procrastinación. Y a menudo te hace sentir culpa. Hoy venimos a decirte que, si le metes improvisación, tal vez procrastinar no sea tan terrible.
Basta con escribir “procrastinación” en la barra del buscador, y salen miles de contenidos (videos, blogs, podcast, entradas de wikienciclopedias) que te ofrecen consejos para evitar la procrastinación, gestionar el tiempo, organizar tus prioridades. Y te prometen cosas como “deja de procrastinar para siempre” o “las cinco herramientas para no procrastinar nunca más”. Pero hoy venimos a proponerte otra idea: procrastinar podría no ser taaaaaaan terrrible si lo haces con improvisación.
Por qué dejamos las cosas para después
Los seres humanos somos curiosos, particulares, sin duda. Tan pronto nos dicen que algo no se puede hacer, se nos enciende la chispa que dice que sí. Tan pronto nos prohíben un lugar, saltamos de deseo por ir a visitarlo. Hablemos de ese fenómeno como “la paradoja de la intención”. Es como que tú le dices al cerebro “hay que hacer esto”, y el cerebro respondiera “a que no”.
No lo neguemos más: el deber no es divertido. Lo cumplimos un poco porque nos toca. Pero la raíz más profunda de nuestro egoísmo (no hay que tratar mal al ego, es lo que es: la defensa del propio yo) nos lleva en dirección al principio de placer. Y el deber se encuentra en la dirección completamente opuesta: el principio de realidad. Y la realidad está llena de incertidumbre.
Dejamos las cosas para después porque trazar un objetivo es ya mismo recaer en la paradoja de la intención: me propuse llegar hasta cierto punto y, justo ahora que me lo propuse, encuentro millones de distracciones y motivos para no cumplirlo.
Sin embargo, la Improvisación Para la Vida llega con una buena noticia: la alta incertidumbre del mundo (ese montón de opciones siempre tratando de distraer nuestra atención) no necesariamente riñe con tus objetivos. Es suficiente con seguir el ritmo de la improvisación, y ahí mismo irás viendo cómo encontrar placer en lo que de entrada te suena a puro deber.
En resumen, dejamos las cosas para después porque procrastinamos, ante todo, el momento de asumir la responsabilidad, sobre todo cuanto esto implica deslindarnos del placer y obedecer el principio de realidad.
Procrastinar con la imaginación
Pero, a menudo, también procrastinamos porque tememos fallar. A veces también dilatamos la entrega del informe o la cita con la asesora estratégica porque nos produce temor que revisen nuestro trabajo y haya algo que esté mal.
En un ciclo hipotético de cómo las tareas llegan a nuestra vida y cómo las gestionamos en el escritorio (y en la cama, la mesa de café, el coworking, la piscina, y un larguísimo etcétera…) las cosas ocurren más o menos así.
Estás en un trabajo, junto a un equipo. Ese equipo tiene unas labores y unos roles. Llega una tarea. A menudo, de urgencia. Y llega con una fecha de entrega (los temibles deadlines). Tú y tu gente se organizan para cumplir. Cada uno se lleva un pedacito de la gran responsabilidad. La suma de pedacitos de responsabilidad será el insumo para cumplir la tarea.
Pero pasan cosas 👀
La gran responsabilidad, la tarea, el producto grande, se ha dividido ahora en pequeñitas tareas. O sea, el deadline grande, superior, se convirtió ahora en pedacitos de deadlines.
Tarea grande: evento de lanzamiento. Tareítas pequeñas y distribuidas en el equipo: enviar cartas de invitación, reservar salón, agendar las personas que darán las conferencias, confirmar asistencia, definir la comida, contratar los meseros… En fin. De todo.
Pero ocurre que cada uno lo quiere hacer lo mejor posible. Quien tiene a cargo definir el evento pasó horas y horas soñando su momento de oro. La imaginación puede con todo: “ay, quiero una cosa inolvidable, tipo una charla ted”, “y que haya música, en vivo, con la mejor orquesta posible”, “que la comida sea francesa”, “que se transmita en vivo para internet y que los canales de televisión local vengan con sus unidades móviles, y tres helicópteros”.
Esta persona hipotética, que alguna vez hemos sido todas las personas de este mundo, sueña, idealiza, romantiza el proyecto. Pero el tiempo pasa. Y ocurre la siguiente paradoja: cada vez tu ideal es más alto, más romántico, pero el tiempo es menos.
También procrastinamos por esa contradicción. El ciclo de inspirarnos (trazar ideales altos) versus la realidad del tiempo. Otra vez: el principio de placer (cerrar los ojos, imaginar el evento perfecto, las felicitaciones que nos darán, el ascenso que se ve venir) versus alzar el teléfono y comenzar a llamar gente. Gente que dirá que no puede, o que pedirá un presupuesto que te excede, o que dirá que sí pero con condiciones (algo que tendrás que negociar, y eso requiere tiempo, y paciencia).
Ahora imaginemos que ese gran deadline (el evento) cuando se convierte en pequeños deadlines vuelve a pasar por lo mismo: cada persona idealiza su entregable, sueña, anhela, lo perfecciona utópicamente en su mente. El encargado del show central, soñará con un sonido perfecto, y la sincronización de música y visuales. La encargada de la conferencia central soñará hacer la conferencia de su vida. Los encargados de la transmisión para internet imaginarán la más alta tecnología.
Todas las personas que tengan un deadline pasarán un tiempo imaginando lo perfecto. Pero si algo nos enseña la improvisación es que el mundo no es perfecto. Es perfectible, o sea, mejorable. Pero, de plano, no lo es. No es que sea malo. Simplemente no es perfecto. Pero en nuestra imaginación el deseo hace que las cosas se vean perfectas, se desean perfectas.
Imaginar, en sí mismo, no es malo. Es solo que está bien buscar el equilibrio entre el evento idealizado en nuestra mente y el evento que podemos hacer.
Al respecto, la improvisación tiene algo genial para decirnos: buscar la pausa y el silencio, escuchar, percibir. Situarte en el contexto de la situación. Y recordar tus objetivos. De seguro, imaginarás cosas bellísimas y tendrás ocasión de pasar a la acción con planes mucho más centrados en lograr el mayor efecto posible con la mayor efectividad que puedas lograr. Improvisación estratégica, lo llamamos en El Morenito Inc.
Procrastinar y el síndrome del impostor
En la reunión de ideación del evento, al tiempo que tenías una voz llevándote a los cielos, tenías esta otra voz: saldrá mal. Es el impostor.
El anhelo de perfección se encuentra a su vez con ese otro sujeto, espectral, que nos conoce bien y que está siempre listo para decirnos: vas a fallar.
Entonces también procrastinamos porque tememos pasar a la acción. Porque pasando a la acción le estaremos dando oportunidad a esa voz de luego decirnos: ¿viste que tenías razón?, fallaste.
Dejamos las cosas para después porque pasar a la acción es enfrentarnos a la incertidumbre constante de que las cosas podrían salir mal. El hecho es que, en efecto, podrían salir mal. Sin embargo, nos gusta esta premisa: no hay error.
Ahí la improvisación tiene algo para ofrecerte: respira, recuerda tus objetivos, acepta la situación en la que estás, y lánzate a proponer. Ya con tu equipo negociarán todo lo que hay que negociar: quién hace qué, cada cuánto revisan los avances, cuáles son las fechas de entrega, qué hacer en caso de que algo falle, etcétera.
Procrastinar puede ser bueno si abrazas desde la improvisación cada uno de esos puntos que te propusimos. Para el primero, la tensión entre principio de placer y principio de realidad (y la paradoja de la intención), siempre vale seguir el Decálogo [+1] de la improvisación para la vida, uno de cuyos puntos dice: disfruta. Disfruta el deber, llénalo de placer (como cuando marcas una tarea completada, eso da placer, aunque la tarea surge desde el deber).
Para el segundo, la ruta interminable del deseo y la imaginación, respira y vívelo a plenitud. Imaginar es lindo. Déjate llevar por la nube romántica. Pero date la ocasión de concretar, cuando sea el momento. Idear es una parte del proceso, concretar es otra. Vive cada una como lo que es: momentos clave de un proceso más largo.
Para el tercero, el impostor a la espera, pasa de la tensión (el temor a fallar) a la atención: percibir toda la información que hay circulando. Esa será siempre la mejor forma de sacarle provecho a la situación de cara a tus objetivos.
Bonus track: en este blog amamos la procrastinación porque, en medio de todo, te permite des-centrar la atención de algo que te tensiona (el deadline) para poner el foco en otras cosas que te dan información adicional. Que tu jefe no lo sepa: pero procrastinar el informe viendo un capítulo de tu serie favorita, puede servir para idearte otra manera de presentar la información; procrastinar el diseño de producto escuchando un audiolibro, te puede dar otros insumos para armar tu propuesta. En síntesis: a veces el camino indirecto te puede traer otros horizontes, otras posibilidades, otras ideas.
Nos gusta tanto el tema de la procrastinación, que incluso hicimos un libro. Lo dejamos aquí, y nos retiramos lentamente, porque nos vamos a procrastinar la siguiente entrada para este blog.
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