Planear es procrastinar un poco.
Vivimos atareados, con miles de cosas pendientes, sí. Apuntar las tareas en un papel, consignarlas en una agenda, distribuirlas en postits de colores ayuda, por su puesto. Pero… ¿acaso no es eso dejarlo para después, es decir, procrastinar? En este post respondemos que sí y te explicamos por qué, con la improvisación, programar es como procrastinar un poco 👀
Sospechamos que hay dos razones por las cuales algunas personas asocian improvisación con lo más negativo que se les pueda decir. La primera razón: no han leído este blog 😎. La segunda razón: en alguna parte de la formación (ser educados por una familia, ingresar al sistema académico, estar en contacto con grupos de socialización, entrar al mundo profesional…) adquirimos un mensaje que oponía organización contra desorganización, orden contra caos, y planeación contra improvisación. Es hora de pensar distinto, para poder materializar resultados diferentes.
Planear no evita improvisar, improvisar requiere planear
La palabra improvisación realmente tiene muchos significados. Y uno de ellos, solo uno, alude a lo de hacer cosas sin haberlas previsto.Y es el significado que más posicionamiento de marca conserva 😥 Si la jefe te pidiera una propuesta para presentar el prototipo nuevo a los inversionistas y tu le dijeras, “claro, algo improvisamos”, tal vez no se lo tome muy a bien.
Sin embargo la única forma de alcanzar metas distintas, o materializar los mismos objetivos pero por otros caminos, necesariamente, es pensar distinto. Cuando pensamos distinto logramos transitar de otras formas el trayecto hasta la meta. De forma que hay que pensar distinto frente a lo que significa improvisar. Tal vez tu jefe ya no la logre, pero tú estás a tiempo. Y estás, por cierto, en el lugar indicado: la plataforma de El Morenito Inc, donde puedes apreciar muchas versiones de la improvisación aplicadas a muchos escenarios de lo cotidiano.
Por ese temor a equivocarnos, no aceptamos que el error se puede gestionar. Digámoslo diferente: la planeación nos sirve, a menudo, para diezmar el miedo o la desconfianza que tenemos sobre el futuro.
¿Eso significa que planear está mal? De ninguna manera. De hecho, cuando se trabaja la improvisación escénica, se planea más y con más intensidad que cuando se va por la vida con guiones y altas expectativas sobre el futuro. Y vale aclarar que tenemos claro que el futuro está lleno de incertidumbre. Cosa para lo cual también la improvisación para la vida tiene un maravilloso Decálogo [+1] que te recomendamos mucho.
Leídos estos párrafos, ya irás entendiendo por qué decimos que programar el tiempo es procrastinar un poco. A fin de cuentas, lo que apuntas en la libreta es una serie de tareas que estás dejando para después: el lunes en la mañana, cuando organizas tu semana, distribuyes tareas para toda la semana, la revisión de pruebas para el martes, el comité técnico para el miércoles en la tarde, la revisión de casos nuevos el jueves a primera hora, responderle al interventor el lunes de la semana que sigue, etcétera.
Entonces mira que cuando se integran la improvisación y tu capacidad de planeación, suceden cosas maravillosas. En definitiva, puedes dejar de ser alguien procrastinador (con la sensación constante de que tienes algo urgente pero no recuerdas qué) para convertirte en un improcrastinador 😌
Recuerda las muchas veces que te has esmerado en la más detallada de las planeaciones. Y ya estabas en el momento cúlmen de la ejecución cuando, ¡zaz!, llegó la vida y te puso en la necesidad de cambiar de planes. Planear no evita tener que improvisar. Pero te da las pautas para saber qué camino coger. Spoiler: sigue siempre tus objetivos. Ahí está la luz, siempre.
¿Cómo ayuda la improvisación a planear mejor?
Cuando reconoces la incertidumbre como parte de la vida (y no como un error en la matrix que debes corregir) todo cambia. Y se hace un poco como un juego. De hecho, aquí jugamos al horóscopo para decirte cómo improvisas según tu signo. Hay impronostálgicos, improtestantes, improtester y un etcétera muy divertido.
Dirás: “ay, los del morenito se contradicen porque hablan de improvisación pero ya están diciendo que siempre hay que tener una estructura y aferrarse a ella”. Y, bueno, no te vamos a engañar, puede haber algo de contradicción si es que te falta la imaginación suficiente para acoger esta idea: no siempre un término es excluyente del otro. Piensa en el atardecer más cercano al ocaso: ¿cuál es el momento exacto del día en que deja de estar de día y se hace noche? Ese tipo de pensamiento que nos permite abrigar los grises, admitir que hay matices, que una cosa no niega la otra, es un pensamiento que te ahorra impostores, negaciones del error y, en general, te ayuda a tener un colon más saludable.
La estructura se refiere a unos puntos que siempre van fijos. Sí, las cosas cambian, y ante el cambio pareciera que tus postits, tu agenda y tu cronograma tienen poco por hacer. Pero en realidad ayudan montones, aunque ya no de la misma manera. Se necesita un pensamiento dúctil que ayude a captar esas variaciones. Se logra a medida que le vamos cogiendo el ritmo a la improvisación, cosa que es más una actitud que un método con pasos.
Y, bueno, si quieres pasos, los encuentras acá, aunque los llamamos “principios” 😉
Ese pensamiento más maleable, dúctil, adaptable, flexible, es clave para desarrollar un tipo de planeación que, siendo ordenada (en Excel y todas esas parafernalias que a veces dan la fantasía de orden), pueda estar abierta a los cambios. A fin de cuentas, todo proyecto, por hiper-organizado que esté, es un salto al vacío. Nada ni nadie puede garantizar que se va a cumplir, letra por letra, número por número, fecha por fecha. Planear es un acto de confianza. Y es bonito, y está bien. Pero no puede ser la ocasión para negar que, a veces, las circunstancias pueden cambiar.
Llegaste un manojo de nervios a la entrevista laboral, y tenías respuesta para cada pregunta que siempre se hace en ese tipo de interacciones. Pero, luego de saludarte, la entrevistadora te dice, “bueno, haznos las preguntas que consideras relevantes para ti”. Te dan más nervios, claro. Necesitas el trabajo, no lo quieres hacer mal (nadie, usualmente, lo quiere hacer mal en ese momento). Y ahí es justo el momento para insistir en “no, no sé, no tengo preguntas, mejor pregunten ustedes, que son lo que quieren saber de mí”. O puedes relajarte y pensar que si te pidieron preguntas es, precisamente, porque en lo que preguntas ellos van a saber qué persona eres y si la empresa tiene eso para ofrecerte.
Obvio: de plano, queremos el trabajo, y está bien. Pero abrirse a preguntar lo que realmente se nos hace importante puede ser la oportunidad para tú mismo saber si ese sí es tu lugar.
La improvisación te ayuda a planear mejor porque te mueve desde una actitud al poner tus papelitos adhesivos de colores sobre el tablero. Te abre la mente a otras posibilidades. Te ayuda a desaferrarte a tus propias ideas porque, tal vez, las ideas de los otros con los que compartes el proyecto, sean mejores que las tuyas. Y, en último caso, lo que importa no es que se haga como tú quieres sino como el contexto mejor lo pueda recibir. Pero, al mismo tiempo, te inunda de una sensación de desprendimiento con las ideas: las sueltas con desapasionamiento, sintiendo que si calan en el grupo (o en ti mismo) estará fantástico, y que, si no, también.
En resumen: cuando sientas que procrastinar está mal y eso te tensiona, piensa que planear es procrastinar un poco. Cuando hagas tu megaplan, deja espacio a pensar qué podrías hacer en cada uno de los pasos de tu proyecto si algo no sale como lo previste. Y no tengas miedo porque algo cambie, si lo sabes improcrastinar, de seguro, el nuevo resultado será mejor y ya ni extrañarás el viejo plan.
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