Sonreír es la manifestación más clara y directa de empatía, el signo que más fácil muestra la intención de aceptar al otro.
Parece ser que la sonrisa es uno de los gestos que las especies, entre ellas, nuestra particular especie humana, han aprendido como estrategia de supervivencia. Sonreír es la manifestación más clara y directa de empatía, el signo que más fácil muestra la intención de aceptar al otro.
Hoy que nuestros comportamientos están tan codificados socialmente, nos es difícil reconocer el gran avance que significó para nuestra evolución encontrarnos con la sonrisa. Pero nuestros antepasados lejanos sí que tuvieron problemas para salir del estado natural que requiere constante lucha, pugna y enfrentamiento. El otro, por defecto, era un enemigo en potencia: podría quitarme la carne, las viandas, la mujer.
Esa sospecha, claramente, se proyectaba en otros externos al grupo. El clan o la tribu, tendrían ya desarrollados unos códigos internos para entenderse bien. Esos códigos podrían ser lo que hoy hacen psicólogos, trabajadores sociales y comunicadores en las organizaciones: mantener vigente el objetivo común, actualizar los lazos de unión entre los miembros, liderar alguna que otra fiesta.
Sin embargo, a veces sería necesario declararle al otro nuestra buena onda, hacerle saber que somos amistosos, que no estamos en son de agredir o robar. Y ahí está: la son-risa. Un gesto sencillo y noble: te muestro mis dientes para que sepas que no los voy a usar contra ti.
La sonrisa, ese logro evolutivo, sigue funcionando como indicador de que hay buen ambiente, buena vibra, aunque cada tanto, nos toque enfrentar situaciones en las que nos toca sonreír: encontrarse en un pasillo a una persona que no nos agrada, recibir una orden del jefe que implica quedarse más tiempo en la oficina… Situaciones en las que, si bien la sonrisa no es totalmente espontánea, el mero hecho de sonreír nos deja un halo de: está bien, asumo, acepto, y busco sacarle lo mejor.